Monday, April 23, 2012

Drogas, políticos y prostitutas

Nueva York.- La historia de la chica colombiana y el agente de la avanzada presidencial de Barack Obama tiene más jugo que una tonelada de tomates podridos. Dania Londoño Suárez encarnó la dignidad latinoamericana demandando que el agente extranjero pagara por sus servicios sexuales. Fue más directa y mucho más efectiva que nuestros “líderes” en la Cumbre de las Américas, incapaces de demandarle a Obama una justa política antidrogas.

En la “Guerra Contra las Drogas”, los estadounidenses le venden armas a gobiernos y traficantes, mientras consumen más cocaína que nadie en el planeta. Ellos siguen ricos y arrebatados, los latinoamericanos siguen muriendo y sufriendo la desintegración social; Washington pone las armas, Latinoamérica la sangre, ellos ponen los cañones, nosotros la carne.

Desde el 2006, entre el Caribe, Centroamérica y México, esa “guerra”, mata una persona cada 20 minutos; cada inhalada representa un muerto. En cada nación anualmente mueren más que en las guerras de Irak, Afganistán y Siria combinadas.
Latinoamérica, además, transfiere miles millones de sus escuelas y hospitales a la industria armamentista para pelear la dichosa “guerra”. Los estadounidenses pueden seguir arrebatándose perfectamente sin derramar tanta sangre latinoamericana y crear tantos traumas.
La historia de Dania y el agente explica la esencia de las relaciones Norte-Sur: ellos tienen derecho a todo por nada. Aquí hay una lección: En Estados Unidos la prostitución es ilegal, en Cartagena es legal. Latinoamérica no replicó la “Ley Seca”. Si Washington quiere mantener las drogas ilegales que lo haga. Si Latinoamérica las descriminaliza y grava, los estadounidenses seguirán arrebatándose, salvaremos muchisimas vidas, aumentarán las recaudaciones fiscales, y tendremos dinero para abonar a la deuda social acumulada.
Esto sería posible si algún “líder” latinoamericano tuviera coraje y dignidad, como Dania demostró, cambiaría la historia, reclamando con firmeza lo que en justicia merecen sus pueblos.


J.C. Malone

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